El honor o la mentira

Sobre Las Brujas de Salem de Arthur Miller

Arthur Miller, fue llamado a declarar ante el comité de actividades antiestadounidenses, porque alguien lo acusó de mal patriota. Si te acusaban y tú acusabas, mostrabas sinceridad de arrepentimiento y salvabas tu carrera, tu prestigio, tu estatus. Tanto se perseguían las ideas que el propio Elia Kazan, reconocido comunista, se personó voluntariamente para delatar a amigos como Arthur Miller. Llegado el momento, Miller, se acogió a la famosa quinta enmienda y, aunque le pusieron piedras en el pecho para que cantara o se ahogara en la terca dignidad, optó por guardar, en un cofre infranqueable de su intimidad, los nombres de tantas personas susceptibles de estar en el punto de mira de McCarthy. Miller, como el Proctor de ‘Las brujas de Salem’, no podía imaginar cómo pisar la tierra que para otros amigos, colegas o personas librepensadoras, estaba sirviendo de mortaja profesional, si se abonaba a la delación. Ahí nació el Crisol, ‘Las Brujas de Salem’ para ubicarse mejor, en ese dilema entre el honor y la supervivencia. Miller, tomó la experiencia en la caza de brujas que él mismo padeció para, a través de una parábola situada en el Salem de 1692, alertar del peligro del pensamiento único y de la penalización de la libre expresión. Pensar como el poder quiere que pienses o estar contra él ¿Cuántas veces lo hemos sentido en carnes propias? Plegarse ante el status y ser uno más del rebaño o reclamar la libertad para que la diversidad de ideas no sea punible. La caza de brujas nos persigue a mayor o menor escala: a la mujer que es lapidada por retirarse de la cara la celda de trapo, al Lineker de turno que pone en cuestión la política migratoria de su país, a la víctima del perverso gobernante que a cambio de un dulce futuro se le propone la autocensura, al niño que no sigue las premisas del matón de clase aún cuando el índice de otro niño lo señala por disidente. Todos, todas, podemos ser esas brujas con las llamas de la hoguera abriéndose, como brazos de fuego, para ser acogidas en su abrasador corazón. Todos, todas, podemos llegar a levantar el dedo hacia otros para eludir el escozor de la soga en el cuello, Todas, todos, podemos plantar cara a los grilletes que amenazan con recluir hasta el último hilo de nuestra voz. Todos, todas podemos ser delatores, delatados, delatados que delatan para escurrir la sombra de la duda, delatores que autorizan la delación como recurso para expandir el miedo. Todos, todas, podemos perecer con la cabeza alta, dignos pero muertos, o vivir con el peso de la mentira a costa de la «muerte» de otro. Puedes elegir tú o que elijan por ti, al fin y al cabo estamos programados para sobrevivir, aunque sea entre la mierda. Pero, siempre hay alguien para recordarnos que no hay supervivencia individual si enterramos nuestro honor, en un profundo agujero, con la tierra de la mentira.

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